jueves, 2 de mayo de 2013




LA SIERRA
(El rostro agreste del paisaje)

Por Carlos Ramírez Hernández

La naturaleza cubre todas sus obras con un barniz de belleza.
Schopenhauer

El estado de Veracruz con una extensión de 71,826 km. cuadrados y geográficamente ubicado en la vertiente central del Golfo de México, es un territorio cuyo potencial en recursos naturales lo colocan como una entidad estratégica y pujante para impulsar el desarrollo socioeconómico del país.
Además de contar con un extenso litoral rico en pesca (720 km.), amplias cañadas y planicies propicias para el desarrollo agrícola así como para la explotación ganadera, Veracruz se sitúa como una de las entidades federativas que más aportan al PIB (Producto Interno Bruto) nacional.

                     A lo lejos se recortan los “filos” de la sierra.

Su orografía está determinada por extensos ramales que se desprenden de la Sierra Madre Oriental y que surcan el suelo veracruzano de norte a sur, dando lugar a lo que localmente conocemos como las sierras de Huayacocotla, Chicontepec, Zongolica, Misantla, Otontepec, Santa Martha, Chiconquiaco, etc. entre otras.
Nuestras caminatas mayormente han estado dirigidas hacia esta última que, como las demás, muestra el rostro imponente de los pliegues geológicos formados hace miles de años.

                        Pequeño asentamiento humano enclavado en la sierra.

El terreno sinuoso y agreste que ostenta, constituye un gran reto para los amantes del senderismo que se empeñan en caminar por veredas, “caminos de herradura” y empinadas laderas que permiten la comunicación entre los pequeños asentamientos humanos dispersos entre cerros y colinas y que parecen minúsculos manchones  esparcidos sobre el paisaje serrano.
Arribar a lo alto de un cerro o caminar por las inmediaciones del cañón de un río o un desfiladero, permite al senderista, excursionista o caminante, apreciar el paisaje que ofrece vistas dignas de una postal o bien asomarse para ver la profundidad de aquellos impresionantes acantilados que casi quitan el aliento a quien tiene la osadía de acercarse a la orilla.

                    El imponente perfil de las grandes atalayas serranas.

Hemos sido afortunados al conocer algunos de los más recónditos sitios que guarda esta zona, en cuyos recorridos cruzamos pequeños arroyos de agua cristalina que se despeñan incontenibles por las laderas de los cerros o que brotan desde las entrañas a través de grietas o fisuras abiertas en las paredes rocosas, como una bendición para el sediento.
Todo ello está enmarcado por una diversa y abundante vegetación propia y característica del bosque mesófilo de montaña, con follajes apretujados de distintos tonos y texturas que engalanan los senderos pero que, lamentablemente, no escapa a la tala clandestina que todo lo arrasa y destruye.

Aquí se observa el rostro agreste del paisaje serrano.
 
Apreciar el vuelo de las aves que cruzan el espacio para posarse majestuosas entre el ramaje de los árboles y que “musicalizan” el ambiente con sus trinos y cantos, en un singular concierto donde se mezclan el “virtuosismo” y los formidables “solos” del jilguero, el clarín así como del pájaro marinero acompañados por el sincronizado repiqueteo del pájaro carpintero horadando el tronco de un árbol, constituye, sin duda, un envidiable regalo aún para el oído más exigente.

   Entre la niebla se dibuja la silueta del cerro de La Magdalena.

Si bien la sierra ofrece espacios inhóspitos y de difícil acceso, constituye un verdadero desafío que pone a prueba la capacidad física de quien se interna en ella, amén de ser el gran escaparate que permite contemplar y disfrutar esas perfectas obras de arte que la  naturaleza pacientemente creó a través de miles de años y que a nosotros (como generación) corresponde preservar como un legado invaluable.

El agua fresca y limpia que entre rocas baja de las montañas.

Reza un antiguo refrán: “Nadie sabe el bien que tiene sino hasta que lo ve perdido”. Triste sentencia que cobra actualidad en virtud de que el hombre de nuestro tiempo,  empeñado en alcanzar el poder que da el dinero, parece decidido a heredar a las generaciones futuras, un mundo (nuestro hábitat) lastimado por las incontables e irreversibles agresiones que ha sufrido y que lentamente convierte en páramos-donde impera la desolación- aquellos lugares en que antes bullía la vida en todas sus expresiones.

 El equipo de senderistas en una caminata por la sierra.

Caminar por los senderos serranos constituye sin dudauna grata experiencia que invita a  ante todoa reflexionar, valorar y contraer el compromiso que nos involucre como sociedad, en una gran cruzada para salvar de la destrucción aaquellos hermosos lugares  que la naturaleza creó y que generosamente nos ofrece. ¡Hasta la próxima!

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