LA SIERRA
(El rostro agreste del paisaje)
Por Carlos Ramírez
Hernández
La naturaleza cubre
todas sus obras con un barniz de belleza.
Schopenhauer
El estado de Veracruz con una extensión de
71,826 km. cuadrados y geográficamente ubicado en la vertiente central del
Golfo de México, es un territorio cuyo potencial en recursos naturales lo
colocan como una entidad estratégica y pujante para impulsar el desarrollo
socioeconómico del país.
Además de contar con un extenso litoral rico en
pesca (720 km.), amplias cañadas y planicies propicias para el desarrollo
agrícola así como para la explotación ganadera, Veracruz se sitúa como una de
las entidades federativas que más aportan al PIB (Producto Interno Bruto)
nacional.
A
lo lejos se recortan los “filos” de la sierra.
Su orografía está determinada por extensos
ramales que se desprenden de la Sierra Madre Oriental y que surcan el suelo
veracruzano de norte a sur, dando lugar a lo que localmente conocemos como las
sierras de Huayacocotla, Chicontepec, Zongolica, Misantla, Otontepec, Santa
Martha, Chiconquiaco, etc. entre otras.
Nuestras caminatas mayormente han estado
dirigidas hacia esta última que, como las demás, muestra el rostro imponente de
los pliegues geológicos formados hace miles de años.
Pequeño
asentamiento humano enclavado en la sierra.
El terreno sinuoso y agreste que ostenta,
constituye un gran reto para los amantes del senderismo que se empeñan en
caminar por veredas, “caminos de herradura” y empinadas laderas que permiten la
comunicación entre los pequeños asentamientos humanos dispersos entre cerros y
colinas y que parecen minúsculos manchones
esparcidos sobre el paisaje serrano.
Arribar a lo alto de un cerro o caminar por las
inmediaciones del cañón de un río o un desfiladero, permite al senderista,
excursionista o caminante, apreciar el paisaje que ofrece vistas dignas de una
postal o bien asomarse para ver la profundidad de aquellos impresionantes
acantilados que casi quitan el aliento a quien tiene la osadía de acercarse a
la orilla.
El
imponente perfil de las grandes atalayas serranas.
Hemos sido afortunados al conocer algunos de los
más recónditos sitios que guarda esta zona, en cuyos recorridos cruzamos
pequeños arroyos de agua cristalina que se despeñan incontenibles por las
laderas de los cerros o que brotan desde las entrañas a través de grietas o
fisuras abiertas en las paredes rocosas, como una bendición para el sediento.
Todo ello está enmarcado por una diversa y
abundante vegetación propia y característica del bosque mesófilo de montaña,
con follajes apretujados de distintos tonos y texturas que engalanan los
senderos pero que, lamentablemente, no escapa a la tala clandestina que todo lo
arrasa y destruye.
Aquí
se observa el rostro agreste del paisaje serrano.
Apreciar el vuelo de las aves que cruzan el
espacio para posarse majestuosas entre el ramaje de los árboles y que
“musicalizan” el ambiente con sus trinos y cantos, en un singular concierto
donde se mezclan el “virtuosismo” y los formidables “solos” del jilguero, el
clarín así como del pájaro marinero acompañados por el sincronizado repiqueteo
del pájaro carpintero horadando el tronco de un árbol, constituye, sin duda, un
envidiable regalo aún para el oído más exigente.
Entre la niebla se dibuja la silueta del
cerro de La Magdalena.
Si bien la sierra ofrece espacios inhóspitos y
de difícil acceso, constituye un verdadero desafío que pone a prueba la capacidad
física de quien se interna en ella, amén de ser el gran escaparate que permite
contemplar y disfrutar esas perfectas obras de arte que la naturaleza pacientemente creó a través de
miles de años y que a nosotros (como generación) corresponde preservar como un
legado invaluable.
El agua fresca y limpia que entre rocas
baja de las montañas.
Reza un antiguo refrán: “Nadie sabe el bien que
tiene sino hasta que lo ve perdido”. Triste sentencia que cobra actualidad en
virtud de que el hombre de nuestro tiempo,
empeñado en alcanzar el poder que da el dinero, parece decidido a
heredar a las generaciones futuras, un mundo (nuestro hábitat) lastimado por
las incontables e irreversibles agresiones que ha sufrido y que lentamente
convierte en páramos-donde impera la desolación- aquellos lugares en que antes
bullía la vida en todas sus expresiones.
El equipo de senderistas en una caminata por
la sierra.
Caminar por los senderos serranos constituye sin
dudauna grata experiencia que invita a ante todoa reflexionar, valorar y contraer el
compromiso que nos involucre como sociedad, en una gran cruzada para salvar de
la destrucción aaquellos hermosos lugares que la naturaleza creó y que generosamente nos
ofrece. ¡Hasta la próxima!
Agradecemos sus comentarios en la siguiente
dirección:
senderismocamarada97@ hotmail.com
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